La llama del amor.

Héctor nunca quiso aceptar que la llama del amor entre él y su esposa Consuelo se había apagado y por ello llegó a la que había sido su casa hacía ocho meses para pedirle a ella que volvieran.

Alentado por el viejo y conocido refrán “donde hubo fuego, cenizas quedan”, lo hizo una medianoche cuando el almanaque ya había pasado la siguiente hoja y señalaba el cumpleaños número 50 de la madre de sus dos hijos.

Llegó precedido por un grupo de mariachis que interpretaba la canción “Volver, volver”.

“Este amor apasionado, anda todo alborotado, por volver.
Voy camino a la locura y aunque todo me tortura, sé querer.

Nos dejamos hace tiempo, pero me llegó el momento de perder
tú tenías mucha razón, le hago caso al corazón y me muero
por volver.

Y volver, volver, volver, a tus brazos otra vez, llegaré hasta donde estés
yo sé perder, yo sé perder, quiero volver, volver, volver.”

Como lo único que hizo Consuelo fue tirarle agua sucia desde el balcón, Héctor ordenó a los músicos que se quitaran el traje de mariachis y se colocaran el de pirómanos y junto con él convirtieran en cenizas la casa y sus habitantes.

Héctor cerró la llave del agua y le prendió fuego a la vivienda con sus integrantes adentro, paradójicamente porque la llama del amor entre él y su esposa Consuelo se había apagado definitivamente.

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