“¡Buenos días estudiantes!” dice el profesor al abrir la clase virtual en la plataforma digital Rezoom.
“¡Buenos días!” repite el profesor, luego de que ninguno de los estudiantes del curso le contesta el saludo, no tanto por mala educación, sino por físico miedo a quien ven en la pantalla, que tiene una forma rara, y a quien les habla, que se expresa de una manera extraña.
La presentación de la pantalla en forma de mosaico muestra las imágenes de un grupo de estudiantes asustados al unirse a la videollamada y encontrarse con alguien que nunca habían visto y oído en sus clases virtuales ante la propagación de la enfermedad por coronavirus COVID-19.
“¡Buenos días! ¿Usted quién es?”, temblándole el cuerpo y la voz, se atreve a contestar el saludo y preguntar, Lauren Juliana, la estudiante más guapa del curso.
“¡Soy su nuevo profesor!” responde el profesor.
“¡Buenos días! ¿Profesor de qué?” pregunta Rafael el estudiante más preguntón del salón.
“¡Profesor de la vida y de la muerte en tiempos del COVID-19!” contesta el docente de manera pomposa.
“¡Buenos días, profesor! ¿Cómo se llama usted?” pregunta temerosamente Luis, el estudiante más valiente del salón y con más espinillas en sus mejillas.
“¡Me llaman CoV-2, SARS-COV-2!” responde el nuevo profesor.
“¿Cómo?” “¿Ahh?” “¡Aaah!” “¡Ay!” “¡Huy!” “¿Qué?” “¡Ay, Dios mío!” “¡Qué es esto!” “¡Mamá!” “¡Papá!” “¡Abuela!” “¡El computador tiene un virus!” “¡El computador tiene COVID-19!” gritan los estudiantes a la vez, mientras se levantan de sus sillas, se esconden debajo de las mesas o corren para ocultarse debajo de las faldas de las madres, de las abuelas o detrás de los pantalones de los padres o abuelos.
Son tantos los gritos y el alboroto que el nuevo profesor se ve obligado a silenciar los micrófonos de los estudiantes.
Los estudiantes siguen dando gritos, solo que no se escuchan entre ellos. Quienes sí escuchan la algarabía estudiantil son las madres, los padres o los abuelos que suspenden sus labores domésticas, sacan a sus hijos o nietos detrás suyo, debajo de los escritorios y de las faldas, y se acercan a los computadores, a las tabletas o a los celulares para ver qué los ha hecho asustarse tanto.
Cuando los adultos se asoman a las pantallas y ven al nuevo profesor, se suman al alboroto con gritos más fuertes que opacan los anuncios de los vendedores ambulantes amplificados con megáfonos en las calles.
Los pequeños y los grandes se van tranquilizando cuando SARS-CoV-2 habla pausadamente y les dice que no tengan miedo, que no les va a hacer daño a ellos ni a sus equipos electrónicos. Que no los va a infectar y que se trata de un nuevo profesor, maestro, docente, educador, comunicador, educomunicador, mensajero o viajero, como lo quieran llamar, con muchos mensajes, conocimientos y saberes que compartir a quienes quieran aprender con él, con la condición de pedir la palabra, hablar y no gritar.
Más serenos y calmados los estudiantes bombardean con preguntas a SARS-CoV-2, un profesor minúsculo, pero generador de una crisis internacional, nacional, local, barrial y familiar mayúscula.
“¿SARS-CoV-2? ¡Qué nombre raro tiene usted profesor! ¡Yo pensé que usted se llamaba COVID-19, un nombre igual de raro!” dice Angélica, la estudiante más angelical del curso, cuando alza la mano y el nuevo profesor le activa el micrófono. Su mamá está a su lado.
“¡Además del nombre, también tiene usted una forma muy rara, se parece a unos de mis juguetes!” señala Edgardo, el estudiante más alto del curso, acompañado en la clase por su papá, la persona más alta de su familia.
“¡Para mí el profesor se parece mucho a Luis! ¡Mientras la cara del profesor está llena de espinas, la de Luis está llena de espinillas, debería llevar siempre en la cara una mascarilla!” comenta Paula Andrea, pero nadie en el curso la escucha porque no levantó la mano y el profesor no le activó el micrófono.
“¡Paulita, déjate de estar diciendo ese tipo de comentarios!” le recomienda su abuela que sí la escucha porque está a su lado.
“¿Usted es la misma enfermedad fea y mala que mata a las personas no dejándolas respirar?” pregunta Lauren Juliana, a través de su tableta, acompañada por su papá quien la cuida mientras la mamá teletrabaja en un computador.
“¡Muchas gracias por sus preguntas! ¡Lo primero que les tengo que decir es que hay que diferenciar la enfermedad del virus o del organismo pequeñísimo que la causa! ¡Yo no soy la enfermedad sino el virus o coronavirus que causa la enfermedad por coronavirus COVID-19!” comparte el profesor con una corona de espinas en su cuerpo diminuto.
“¿Virus? ¿Coronavirus? ¿Qué es un virus? ¿Qué es un coronavirus? ¿Por qué a usted lo llaman SARS-CoV-2 y a la enfermedad COVID-19?” pregunta Rafael a quienes todos en el curso conocen como Rafa.
“¡Yo soy el virus, llamado coronavirus por la corona de puntas, muy parecida a la corona del sol, que se ven alrededor de mi superficie, tipo 2, o el organismo pequeño causante del Síndrome Respiratorio Agudo Severo, en inglés Severe Acute Respiratory Syndrome, por eso el nombre SARS-CoV-2! ¡Yo soy SARS-CoV-2 responsable de la enfermedad por coronavirus de 2019 COVID-19!” enseña el profesor.
“¿Pero profesor, por qué el nombre COVID-19?” vuelve a preguntar Rafael.
“¡‘COVID-19’ es una abreviatura a partir de ‘COronaVIrus’, más ‘Disease’ que en inglés significa enfermedad, más ‘19’ o 2019, año en que es detectado el virus y la enfermedad en los seres humanos” enseña el profesor a Rafael y a los demás.
“¿Profesor, COVID-19 es hombre o mujer o, mejor dicho, masculino o femenino?” pregunta Silvia de Dios, una estudiante divina, por medio de un celular que le regaló su abuelo para las clases virtuales.
“¡Algunas personas dicen ‘el COVID-19’ como si fuera el virus que la produce! ¡Otras personas dicen la ‘COVID-19’ por ser enfermedad!” explica el profesor a Silvia de Dios y al resto de estudiantes que preguntan por todo, excepto por la palabra ‘Síndrome’, por la enfermedad ‘Síndrome Respiratorio Agudo Severo’ y por la abreviatura en inglés ‘SARS’.
“¡Bueno yo ya me he presentado! ¡He dicho cuál es mi nombre y el porqué de mi forma! ¡Ahora es el turno de que ustedes se presenten! Les propongo que lo hagan jugando, que cada quien diga su nombre, en qué animal llegaron a la clase y hagan como el animal escogido” propone SARS-CoV-2 al grupo de estudiantes acompañados todavía por sus familiares más cercanos.
“¡Yo empiezo! ¡Mi nombre es Lauren Juliana y vine a clases montada en un hermoso caballo negro! ¡Hiii!” dice la estudiante más guapa y briosa del salón, mientras se levanta de su silla trotando y relinchando como un caballo alrededor de su papá que le grita “¡Arre caballo!”
“¡Mi nombre es Luis! ¡Vine a clases en un león! ¡Grrr!” ruge Luis, mostrando sus garras en la pantalla del computador.
“¡Luis, ten mucho cuidado de que no vayas a romper la pantalla con esos zarpazos!” le advierte el profesor.
“¡Hay platanitos, hay plátanos verdes, aguacates, corozos, moras!” se escucha en el micrófono de Luis.
“Luis, ¿quién es ese estudiante que grita, pero que no se ve en tu pantalla?” pregunta COVID-19.
“¡Ningún estudiante! ¡Es un vendedor ambulante que sabe mi horario escolar y que pasa por la calle vendiendo frutas en el preciso momento en que estoy recibiendo las clases!” responde Luis.
“¡Cuando me gradúe hay que invitarlo a la ceremonia!” sigue diciendo el estudiante, entre risas.
“¡Luis en vez de hacer como un león, hizo como un gatito! “¡Yo me llamo Paula Andrea! ¡Llegué a la clase montada en una abeja! ¡Bzzz!” zumba Paula Andrea, vestida todavía con la piyama, porque se despertó tarde y no le dio tiempo de bañarse y cambiarse la ropa de dormir. Tampoco le dio tiempo de desayunar.
“¡Y tú Paula pareces un abejorro en vez de una abeja!” escribe Luis en el chat de la clase, lo que hace que muchos estudiantes escriban ‘¡Jajaja!’
“¡Mi nombre es Edgardo! ¡Vine a clases montado en un perro! ¡Guau, guau, guau!” ladra el estudiante más alto del curso, mientras representa el papel de un perro grande que busca morder a su padre.
“¡Pase perro!” le grita su papá, haciendo reír a todos quienes ven y oyen jugar al hijo y al padre, incluyendo al nuevo profesor.
“¡Mi nombre es Silvia de Dios! ¡Vine a clases arriba de una gallina! ¡Co, co, co!” cacarea la estudiante divina.
“¡Yo me llamo Rafael! ¡Vine a clases en un gallo! ¡Quiquiriquí!” canta Rafael, mientras se sube a la silla y mueve sus brazos como si fueran alas.
“¡Rafael, ten mucho cuidado de que no te vayas a caer!” advierte el profesor a Rafael quien vuela de la silla a los brazos del abuelo.
El abuelo, con los brazos abiertos, recibe a su gallito y lo sienta en la silla.
“¡Mi nombre es Hillary! ¡Llegué a clases en una rana! ¡Croac, croac!” croa Hillary, mientras, en cuclillas, da pequeños saltos hacia adelante y hacia arriba, aterrizando sobre los dedos de los pies.
“¡Hillary salta como un sapo reventado!” comenta Paula Andrea en el chat quien para no dormirse durante la clase se distrae molestando a los demás. Tiene sueño porque se acostó tarde jugando con su celular.
“¡Paula, no seas tan sapa!” escribe Luis quien pelea como un león por él y por Hillary en el chat.
Hillary vuelve a su puesto, después de representar el papel de rana y de lavarse las manos por recomendación del profesor, y lee los últimos comentarios escritos en el chat que no ven y no leen el profesor y las personas adultas porque cuando ha empezado el juego de las presentaciones y representaciones han empezado a regresar a sus labores y ocupaciones, interrumpidas por la aparición de SARS-CoV-2 en la videollamada de los estudiantes.
“¡Paula no es una abeja, ni un abejorro, es un sapo que no se lava el pie, ni la cara, ni el cuerpo! ¡Da clases sin bañarse porque en vez de tener el uniforme del colegio lleva todavía la ropa de dormir!” escribe Hillary en el chat, dando pequeños saltos hacia arriba y hacia abajo, hacia la izquierda y hacia la derecha en el teclado, aterrizando sobre los dedos de las manos.
Todos los estudiantes escriben en el chat ‘¡Jejeje!’
Luego escriben ‘¡Jijiji!’ cuando Luis transcribe en la conversación la canción ‘El sapo no se lava el pie’, pero en vez de escribir ‘El sapo’ pone ‘Paula Andrea’.
‘Paula Andrea no se lava el pie, no se lava porque no quiere, ella vive en la laguna, no se lava porque no quiere, ¡qué Paula Andrea apestosa!’
Antes de que el profesor les llame la atención por el silencio en los micrófonos, pero el alboroto en el chat, todos los estudiantes escriben ‘¡Jojojo!’ cuando Hillary transcribe la misma canción, pero ahora toda con la letra ‘A’:
‘Al sapa na sa lava al pa, na sa lava parca na cara, al vava an la lagana, na sa lava parca na cara, ¡ca sapa apastasa!’
“¡Solamente falta que Angélica se presente y se completa el zoológico, palabra de origen griego, ‘zoo’ de animal y lógico o ‘logos’ de estudio!” señala el profesor.
“¿Por qué son tan pocos los estudiantes presentes en la clase?” pregunta SARS-CoV-2, el profesor que no llama a lista como los demás docentes, pero que sabe qué estudiantes están presentes y quiénes no.
“¡Porque no todos tienen computador, celular, tabletas o internet para conectarse a la clase!” responde Silvia de Dios.
“¡A los que no tienen con qué conectarse a las clases, la rectora debería prestarles los computadores y las tabletas que están en el colegio para que se eduquen en las casas! ¡Mi nombre es Angélica! ¡Vine a la clase con mi ángel guardián, mi ángel de la guarda!” dice Angélica.
“¡Un ángel no es un animal! ¡Angélica, tiene que ser un animal como dijo el profesor!”, sacando sus garras de león, recuerda Luis, quien también recuerda al profesor grabar la clase la próxima vez para que los demás estudiantes puedan verla después.
“¡Bueno, entonces, vine en una gata! ¡Miau, miau!” maúlla Angélica.
“¡Yo, al igual que otros virus y coronavirus, provengo de animales! He venido a la clase y propagándome por el mundo pasando de un huésped animal, que no quiero nombrar para que luego no sea impopular, a uno humano; transmitiéndome de una persona a otra hasta infectar a millones de seres humanos; viajando a través de las pequeñas gotas que las personas infectadas por mí emiten por la nariz o por la boca cuando hablan, estornudan, tosen o respiran” explica con lujo de detalles SARS-CoV-2, luego de agradecer la participación, las presentaciones y representaciones de los estudiantes.
“¡Profesor, pero hay personas que creen que a usted lo crearon en un laboratorio de donde se escapó!” comenta Silvia de Dios.
“¡También hay gente que dice que el COVID-19 es puro cuento!” señala Lauren Juliana.
“¡Que yo sepa mi origen es natural y animal! ¡No es humano ni divino! ¡La enfermedad por coronavirus (COVID-19) es una zoonosis, , otro término de origen griego, ‘zoo’ de animal, y ‘nosis’ de enfermedad, es una enfermedad o infección transmitida desde animales a los hombres y a las mujeres” responde SARS-CoV-2 a Silvia de Dios y a quienes todavía están en clase porque no se les ha caído la conexión de internet o no se les ha suspendido el servicio de energía eléctrica, algo que sucede a diario antes y durante la aparición del virus y de la enfermedad entre los seres humanos.
Antes de señalar que la clase ha terminado y que espera ver y escuchar a todo el estudiantado en la próxima reunión virtual bien despiertos, bañados, vestidos y alimentados, SARS-CoV-2 advierte a Lauren Juliana y a sus compañeros:
“¡Estudiantes, esto no es un cuento, es una realidad!”
‘¡Jujuju!’ escriben los estudiantes en el chat.
“¿Profesor, va a dejar tareas para la casa?” pregunta Angélica.
SARS-CoV-2 contesta que no y se escucha un gran suspiro infantil por toda la plataforma Rezoom.
“¡Menos mal, porque estamos cansados de tantas tareas!” sigue diciendo la estudiante más angelical y sincera del curso a donde ha llegado un nuevo profesor: SARS-CoV-2 responsable de la enfermedad por coronavirus COVID-19 y de una crisis jamás vista en el mundo que está planteando grandes cambios a nivel ambiental, comunicativo, cultural, económico, educativo, político y social.